Hágase la luz...y la luz se hizo | Geografía e Historia | TELDEACTUALIDAD

2022-05-20 02:50:05 By : Ms. Qing Chen

(Para mi excelente amiga Amara Florido Castro, doctora en Historia del Arte y especialista en Patrimonio Industrial).

Hay nombres y apellidos, que aún no siendo populares, forman parte inseparable de la Historia de nuestra noble y laboriosa Ciudad.

La crónica de esta semana va de eso, de mujeres y hombres, que marcaron un hito en el devenir de los tiempos teldenses. Traemos a colación una frase, que también en público, hemos repetido hasta la saciedad: No es lo mismo vivir en Telde que vivir Telde. En el primero de los casos es cuestión de pura física y le podemos aplicar los verbos estar, permanecer… En el segundo, existe cierta carga emocional, cuando no vivencial. Y así, se aplicarán los verbos sentir, admirar, querer, soñar, recordar, memorizar, añorar…

En una de las tantas conversaciones mantenidas con mi suegro don Domingo Pérez Moreno, de muy grata memoria, nos intercambiábamos cientos de pareceres, que en su caso, eran sesudas reflexiones. Metidos de lleno en la conversación, ésta fluyó hacia inventos, que sin duda alguna, cambiaron la vida de la humanidad. Según don Domingo, he aquí dos de los que significaron un antes y un después en el día a día de las gentes: El plástico y la luz eléctrica. ¿Se han parado a pensar la cantidad de cosas, que se pueden hacer tomando como base aquel producto derivado del petróleo?

El plástico, en todas sus variantes y calidades, ha significado un adelanto sin igual en cosas tan sencillas como un vaso irrompible, el techo de una casa o un chubasquero; pasando por ciertas herramientas, los más variados recipientes y hasta prótesis con las que poder afrontar la vida con mayor seguridad y agrado.

La luz eléctrica ha venido a significar de forma innegable una ampliación de la jornada laboral, antes reducida a las horas diurnas. Recordemos la frase de Fulanito o menganito trabaja de sol a sol. Pero no sólo sirvió para aumentar las horas de trabajo, sino para ser la principal fuerza motriz de las más variadas maquinarias, antes movidas por el viento, las aguas o los llamados sistemas de sangre (utilización de la destreza y fuerza de hombres y animales). Gracias a la luz eléctrica, la noche se hizo día y en la misma proporción que ésta crecieron las actividades, que el ser humano estaba dispuesto a generar, no sólo en el plano meramente laboral, sino también en el dedicado al ocio.

En el Génesis se señala como al principio de todo principio, el propio Dios pronuncia la rotunda y decisiva frase con la que se inicia La Creación ¡Hágase la luz! Y la luz se hizo. Y viendo el Señor que la luz era buena, separó a ésta de la oscuridad, creando así con las horas de luz el día y reservando la noche para la oscuridad. Durante miles y miles de años, los seres protosapiens y los sapiens adaptaron sus vidas a la realidad lumínica de sus territorios. El fuego, invento o casualidad, sirvió en gran medida para alumbrar y calentar las noches, así como para mejorar la alimentación, luchar contra las fieras y hasta en la medicina, siendo en este caso, un elemento cauterizador de heridas sangrantes.

Ahora, después de esta más que necesaria introducción, deseamos llevar a nuestros lectores a muy finales del siglo XIX o a los inicios del siglo XX. Cuando en Gran Canaria vivía un caballero, llamado don Juan Rodríguez Quegles, emprendedor industrial, agricultor aventajado y experto comerciante-banquero. Vinculado a la ciudad y municipio de Telde porque en ellos tenía el mayor número de propiedades (entre otras: la celebradísima Destilería de Ron, junto al inicio de la carretera Telde-Valsequillo; la finca del Mayorazgo de Tara, en el barrio aborigen del mismo nombre; La Finca de San Rafael, junto a la Higuera Canaria; Las Tenerías, a un lado de Barranco Real, entre el cauce de éste y la calle Roque; además de la finca del Barranquillo, entre los barrios del Caracol y El Calero. Entre otras tantas de menor tamaño desperdigadas por la comarca teldense.

Bien entrada la segunda mitad del siglo XIX, un nuevo invento: la luz eléctrica llamó la atención de las clases económicamente dominantes en alguna de las islas del Archipiélago, concretamente en la de San Miguel de La Palma, Tenerife y la Gran Canaria. Aunque los primeros en promover su utilización pública y privada fueron los tinerfeños, concretamente una empresa formada para tal fin en su capital, una vez más los palmeros se adelantaron, convirtiendo a Santa Cruz de La Palma en la primera población que vio sustituir las antiguas lámparas por las nuevas bombillas. Éstos llegaron éstos al frenesí al compararse con las principales y muy escasas ciudades europeas que ya tenían alumbrado público. Poco tiempo más tarde, la hazaña fue repetida en la Isla del Teide y pasado el tiempo, en Las Palmas de Gran Canaria.

Los intereses de la alta burguesía grancanaria, comandados por el teldense Eusebio Navarro Ruíz y los consabidos inversores británicos, hicieron realidad aquel deseo tan anhelado por todos. Con respecto a Navarro Ruíz, hermano del gran patriota y defensor de las singularidades de Gran Canaria, don Carlos Evangelista, tenemos que decir que aquél, poeta, escritor, dramaturgo y periodista, fue secretario en la Embajada de París del patricio don Fernando León y Castillo. Según las malas lenguas, que siempre las hubo, las hay y las habrá, la iniciativa de constituir una empresa promotora de la luz eléctrica en la capital grancanaria, en realidad fue de los León y Castillo (Juan y Fernando), y éstos utilizaron al bueno y generoso de don Eusebio como simple testaferro. Sea así o no, el empeño puesto por éste, pronto culminó con éxito la idea. Para ser realmente justos, debemos destacar que no fue en la ciudad capital, en donde primero se fabricó luz eléctrica en Gran Canaria. La por entonces próspera y vanguardista ciudad de Arucas inició ese recorrido, instalando en su suelo la primera fábrica o planta de luz, que al producir más de lo necesario, llevó a cabo un proyecto para trasladar a Las Palmas de Gran Canaria los excedentes de la misma. Cuestión ésta que nunca se llevaría a cabo.

Solo unos meses más tarde, en Telde, se reúnen varios señores del lugar, a cuyo frente se coloca de manera destacadísima don Juan Rodríguez Quegles. Esta reunión, llevada a cabo en la casa de uno de los comerciantes más importantes del barrio comercial de Los Llanos de Telde, responde a un llamamiento selectivo con el fin de constituir una Sociedad Limitada para afrontar la futura creación de una planta generadora de electricidad y posterior instalación del tendido eléctrico en nuestra ciudad. Al final, muchos de los presentes se echaron para atrás, y sólo dos de los asistentes confiaron en la nada visionaria idea de Rodríguez Quegles. Éstos fueron don Maximino Alonso y don Francisco Pérez Cabral, comerciantes del lugar y representantes de los Bancos de Bilbao y de Cataluña, respectivamente. Debemos aclarar que participarían en la nueva sociedad con capital propio y no de las entidades bancarias.

Ambos, llegaron a un trato secreto con el industrial del Ron. No debía divulgarse por éste sus participaciones en la futura empresa. De cara a autoridades y conciudadanos el único dueño, tanto de la idea como de la empresa explotadora de la misma, sería don Juan Rodríguez Quegles. Pero bajo cuerda, éste recibiría unas cantidades previamente acordadas, que transformaría otras tantas acciones empresariales a nombre de los sujetos más arriba señalados. Así, don Juan presenta en su nombre una petición al M.I. Ayuntamiento para que le deje instalar la susodicha planta de producción eléctrica, en el inicio del camino que desde Los Llanos baja a El Caracol. Obteniendo prontamente la aprobación del consistorio.

Los que hoy fresamos los cincuenta, sesenta y más años, recordaremos el viejo edificio de trazas modernistas que popularmente llamábamos Planta de la Luz, junto al Cine Capri. En nuestra época ya no pertenecía a la sociedad creada por Rodríguez Quegles, sino a UNELCO, unión de eléctrica de Canarias. Con el tiempo perdió su condición generadora de electricidad y se convirtió en un espacio controlador de la misma, así como en oficinas para contratación y pago de los recibos de la nueva compañía.

El M.I. Ayuntamiento no se lo puso del todo fácil al industrial, ya que el negocio de éste no solo debía radicar en la venta de sus servicios eléctricos a industrias y particulares, sino muy a su pesar, dotar a algún que otro espacio público de tal revolucionario y vanguardista sistema. La autorización concedida dejaba muy bien señalada que la Eléctrica de don Juan debía instalar de forma totalmente gratuita para el Consistorio, al menos dos o tres puntos públicos de luz: Uno, en la mercantil y popular Plaza de Los Llanos de San Gregorio. Otra en la llamada Plaza de La Parroquia, de la Iglesia o Plaza de Arriba, en San Juan y posiblemente un último punto en el centro mismo de la Alameda colindante a aquella. Con respecto a ésto, debemos reseñar que la inauguración de nuestro alumbrado público fue todo un éxito social. La presencia de autoridades locales y extra locales, así como de la Banda Municipal de Música y del pueblo en general fue más que evidente. Después, se implantó una costumbre entre los niños y jovenzuelos del lugar: Cada tarde, cuando se ponía definitivamente el sol, justo alrededor del poste que sostenía la bombilla eléctrica con cubierta en forma de farol, éstos se arremolinaban para ver nacer la luz-luz. ¡Madre, déjeme usted ir a la Plaza para ver cómo encienden la luz-luz!, fue una de las frases más comunes entre nuestros abuelos y bisabuelos, que dejaban atrás de forma casi definitiva las anticuadas farolas de carburo y keroseno.

En el mismo orden de cosas, relataremos lo acontecido en la casa que don Francisco Manrique de Lara poseía en la alta plataforma de riscales que separa el Valle de Los Nueve de Lomo Magullo: La famosa y archiconocida como casa Blanca. A finales de los años veinte, su propietario se hizo traer de Londres un generador de electricidad. Instalando en su hogar de descanso bombillos, tanto en el exterior como en el interior del mismo. Junto a la puerta de entrada colocó un interruptor de aquellos que muchos de nosotros hemos conocido: Sobre la pared un trozo cuadrado o circular de madera, que según decían serviría de aislante y sobre éste un aparatito de porcelana y mariposilla de madera. Al tomarla entre el pulgar y el índice, y haciéndola girar, se encendía o se apagaba la bombilla. Don Francisco, hombre socarrón y dicharachero, hizo venir a un buen número de niños de los alrededores y con voz profunda e imperativa les dijo: Les voy a decir un secreto que no deben compartir con nadie: Yo he hecho un pacto con el diablo.

Cuando yo pellizque la pared, voy a convertir la más oscura noche en el más esplendoroso día. El señor Manrique, muy despacio se acerca al interruptor, que escasamente se podía apreciar debido a la creciente oscuridad imperante. Y con rotundidez gritó ¡Por Belcebú, que la noche se haga día! Y ¡zasss! … un estruendo estalló en medio del silencio, el motor se puso en marcha y, poco a poco, la bombilla empezó a crear luz de forma misteriosa para los infantes presentes. Cuando llegó al máximo de su potencia, todos salieron despavoridos gritando ¡Madre, padre, don Francisco es el mismísimo diablo, pues a la noche la convierte en día con un sólo pellizco que le da a la pared! Esta anécdota fue contada por un hijo del señor Manrique de Lara al Cronista que esto escribe.

Cientos de anécdotas podríamos seguir relatando, pero sirvan éstas de aproximación a un estudio sociológico pendiente, que nos permitirá analizar en profundidad lo que ha significado la popularización de la luz eléctrica, en los países desarrollados o en vías de desarrollo. Hoy, aunque nos parezca mentira, hay cientos de millones de personas, que no poseen luz eléctrica en sus domicilios, ni en las calles de sus aldeas, pueblos o ciudades. Pero aún más, jamás han visto una luz que no fuera producida por una hoguera, una vela, un quinqué.

Es de tal importancia la luz eléctrica que es uno de los factores determinantes a tener en cuenta a la hora de analizar el verdadero desarrollo económico de las naciones.

Antonio María González Padrón es licenciado en Historia del Arte, cronista oficial de Telde, Hijo Predilecto de esta ciudad y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.

¡Felicidades otra vez! Muy buen artículo.

© Queda terminantemente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos ofrecidos a través de este medio,salvo autorización expresa de la dirección de TELDEACTUALIDAD TELDEACTUALIDAD.COM respeta la libertad de expresión de sus usuarios y no se hace responsable de las opiniones vertidas por sus colaboradores en la sección de Opinión, Tribuna Libre o en cualquier formato, literario o gráfico. Igualmente no se hace responsable en ningún caso del contenido de los comentarios a las noticias vertidos por los usuarios.

Web desarrollada por AVANT Desarrollo Informático y Creativo S.L.