El Esquí Escolar: una “curita” sanadora contra la desigualdad | Diario El Cordillerano

2022-09-03 03:24:20 By : Ms. Zoe Yao

Las distancias, en ocasiones, se miden en mucho más que unidades de longitud.

Así, por ejemplo, uno puede ver un cartel que señala “Cerro Catedral - 17 kilómetros”, y, quizá, para alguien parado en ese lugar, la montaña esté, efectivamente, a la distancia indicada, y pueda, tras alquilar o comprar el equipo conveniente, ir en vehículo a esquiar. Pero para otra persona, tal vez, esa longitud se haga infinita, debido a la imposibilidad de poder costear todo lo que involucra acceder a un deporte que, más allá de que algunos intentan desmarcar de su calidad de elitista, no suele ser para todo el mundo.

El dinero que implica esquiar provoca que sean reducidos los bolsillos que estén al alcance de solventar la actividad.

Y, como pasa con muchas cosas en la vida que resultan injustas, un barilochense que tiene el cerro ahí nomás posiblemente no lo pise nunca.

Ese gigante blanco puede estar más cerca de alguien que está leyendo este artículo en Buenos Aires que de un niño que vive en el Alto barilochense.

Pero de vez en cuando aparecen “curitas” que cubren momentáneamente la herida, y, aunque solo en parte, la ayudan a cicatrizar.

Eso es el Esquí Escolar: un parche social que viene a poner algo de justicia.

No está mal que aquel con poder adquisitivo disfrute de la montaña. Al contrario. Qué más que festejar la llegada de visitantes que arriban desde lugares impensados a disfrutar de ese coloso de nieve que está en la ciudad, trayendo divisas que repercuten en el movimiento económico interno de una localidad que, en cualquier momento, debería pensar en instalar un monumento al turista.

Lo malo es que los chicos que nacieron a la vera del Catedral no tengan la posibilidad de saber qué se siente deslizarse por su ladera.

Pero, para remediarlo, justamente, está el Esquí Escolar.

Los chicos de los quintos grados de todo el sector que involucra al Consejo Escolar Zona Andina, durante cuatro días, son invitados a aprender a esquiar.

La mayoría nunca se calzó esquíes con anterioridad.

Varios ni siquiera habían pisado el Catedral.

Y los que se habían acercado antes lo hicieron como esos nenes que miran en la vidriera de un negocio un juguete que saben inalcanzable, o como un adulto que observa una propaganda de algún sitio paradisíaco al que raramente pueda ir, es decir que se arrimaron a la gran montaña para ver cómo se divertían los demás.

Pero esta vez no, ahora les toca a ellos meterse en ese traje de astronauta terrestre y conocer qué es eso de deslizarse por la piel blanca del cerro. 

Mil quinientos niños de Bariloche y la zona, de diez y once años, en la semana en que les toca en suerte, en agosto o septiembre, aprenden a esquiar.

Están en una edad en la que absorben todo como pequeñas esponjas.

La mayor parte llega sin tener idea de qué se trata el asunto, pero todos salen esquiando.

Luego vendrá de nuevo el choque con la realidad.

Como una cenicienta a la que se le va el hechizo pasada la medianoche, el esquí quedará lejos… Aunque se puede anhelar que la vida sea como un príncipe que busque a quien perdió el zapato de cristal… Y quién sabe… A algún niño el calzado le quede a la perfección –aquel que quedó prendado de ese deslizarse por la blancura infinita–, y luego, de alguna manera mágica, su vida continúe por ese sendero… Soñar no cuesta nada, y hay quien asegura que, a veces, los sueños se hacen realidad.

El referente territorial de la Dirección de Educación Física y Artística del Ministerio de Educación y Derechos Humanos de Río Negro, Daniel Fischer, resume la cuestión monetaria indicando que, en el esquí, los principales sponsors son los padres. Y, mayormente, acá se habla de familias que no pueden solventar un gasto de este tipo.

Pero Fischer, al mismo tiempo que muestra esa cruda realidad, también advierte que aquellos a los que, tras vivir la experiencia del esquí escolar, les “pica el bichito” de seguir por ese camino, de alguna u otra forma –quizá por alguna beca–, suelen arreglárselas para que su existencia continúe por esa vía.

Así, comenta que hay jóvenes que en algún momento vinieron como estudiantes y en la actualidad trabajan en distintos lugares del cerro.

Ya el correr del tiempo dirá qué sucede con los niños y niñas de hoy cuando crezcan. Pero, al menos durante un ratito, pudieron sortear esa grieta que a algunos les hace sentir que esos pocos kilómetros que los separa del Catedral son infinitos.